Hoy me desperté más temprano de lo que pensé.
Sin apuro.
Sin ruido.
Pensé.
Hice.
No sé dónde estás parado hoy, ni qué estás cargando.
Pero donde estés, pedile a Dios esto:
que tu alma no se apague.
No aceptés una vida tibia.
No confundás “aguantar” con vivir.
Porque Él resucitó,
y con eso también se levanta todo lo que parecía muerto en tu vida.
Te comparto algo que escuché y no ha dejado de resonar:
Lo común es creer que uno “tiene” fe.
Pero en realidad…
la fe es un lugar.
Un lugar al que vamos a encontrarnos con Dios.
No es algo que tenés o no tenés.
Es donde entregás. Donde confiás. Donde dejás ir.
Y cuando uno vuelve a ese lugar, incluso sin palabras… ahí empieza todo.
El miedo es el único enemigo.
Es esa voz que te susurra que no podés.
Que no sos suficiente.
Que es mejor quedarte cómodo.
Que apagues el fuego.
Siempre reocordate:
Somos hijos de propósito.
Tal vez no lo estás viendo claro.
Pero esa visión que llevás dentro no está muerta.
Solo está esperando que la elijás de nuevo.
Con convicción.
Porque el progreso real, como una arbol antes de crecer alto-echa raíces.
Y si hoy elegís creer, eso ya es una victoria.
No estás solo.
Y no es tarde.
Él resucitó.
Y con Él, todo lo que parecía perdido.
Todo vuelve a levantarse.
Pero esta vez…
lo vamos a sostener.
Y no se caerá nada.
Nos vemos mañana.
—J.